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jueves, diciembre 26, 2024

Un adiós para el gran Ruben Santiago

(Margarita, 11 de Diciembre,2021. Por: Álvaro Rivera). El pasado jueves Rubén Santiago se fue muy temprano, como hacía siempre, cuando salía a recorrer el mercado de Punda, a revisar la pesca del día, o solo a conversar con los pescadores y los vendedores que le guardaban atentos lo que necesitaba para asombrar a sus comensales en ese recodo bien guardado a media cuadra del hotel Bella Vista y en todos los lugares de la isla en dónde encendió el fuego sagrado.

Revisaba con paciencia de orfebre los sembradíos del ají y el tomate margariteño, la frescura de las catalanas, los aromas de las especias y los vegetales con los que convertía su inolvidable ensalada en un acto taumatúrgico. Sin ser un investigador de oficio, o un escritor profesional o un editor a tiempo completo, igual nadaba cómodamente en las aguas de los cocineros populares y los recetarios tradicionales que en el diálogo fecundo con los chefs titulados y los investigadores académicos de larga obra.

Rubén valoraba los ingredientes y la memoria culinaria local, pero no cejaba en su empeño de llevar la cocina margariteña a las grandes mesas e internacionalizar la gastronomía insular. Nos legó, no menos de cinco proyectos editoriales. Y en su convalecencia estaba inventando tres más. Creaba un mundo todos los días. No paraba de idear nuevas aventuras.

Muchos de nosotros lo recordaremos por su generosidad sin límites, repartiendo sus recetas en postales con la Virgen del Valle, reencontrándolo también, en su libro Vuelta a la isla en ochenta platos, que seguramente fueron los días en los que recorrió a Margarita para terminar de entregarle su alma a la cocina, o quizás preparando una y otra vez sus dos grandes recetas emblemáticas: la ensalada de catalana y el pastel de chucho, hasta convertirlas en platos nacionales.

Rubén, tus amigos, alumnos, comensales, colegas o compañeros de andanzas culinarias podríamos estar llorando tu partida por días, pero preferimos celebrar tu vida con un aplauso amoroso, agradecidos por todo lo que nos diste, por la felicidad envuelta en un pastel de chucho, o por la alegría de una conversación sin rumbo.

Quienes nos quedamos en tierra, te abrazamos agradecidos, ahora que viajas a la eternidad, en un peñero colorido de esa Isla que te recibió e iluminó con su luz marinera, la cocina desde donde oficiaste los rituales de tu arte inolvidable e insular.

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