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Cincuenta años de la muerte de Chanel, la huérfana que se convirtió en icono

(París, 9 enero de 2021. EFE).- El 10 de enero de 1971, Gabrielle Chanel se apagaba a los 87 años en una habitación del Hotel Ritz de París. Su muerte parecía el fin de una época, pero 50 años después aquella huérfana sin recursos que revolucionó la silueta femenina sigue siendo la figura por excelencia de la moda francesa.

En un mundo de fasto y apariencia, Chanel supo construir una identidad exuberante a partir de una infancia miserable, motivo por el que su vida sigue estando hoy rodeada de mitos y medias verdades.

La diseñadora que dio forma a una moda cómoda e informal nació en un pueblo a las orillas del Loira, Saumur, en 1883, hija de un vendedor ambulante y de una joven campesina que murió a los 31 años tras varios embarazos sucesivos y afectada por la tuberculosis.

A la muerte de su madre, su padre, Albert Chanel, dejó a sus dos hijos varones trabajando en la agricultura y a sus tres hijas, entre ellas Gabrielle, en un sobrio orfanato de monjas del centro del país.

En el convento de Aubazine empezó también a fantasear sobre su vida, cuando contaba a sus compañeras que su padre había puesto rumbo a las Américas para hacer fortuna.

El mito de un establecimiento estricto y austero donde Chanel aprendió a coser y en el que los hábitos en blanco y negro de las religiosas conformaron esa visión de la simplicidad en la que ella basó sus diseños tampoco está claro a día de hoy. Numerosos biógrafos defienden que la diseñadora inventó esta historia y que creció en realidad junto a unas tías.

UNA VIDA MARCADA POR LA TRAGEDIA

A los 18, Chanel empezó a frecuentar cafés conciertos en los que cantaba para hombres ricos y militares que representaron su entrada a la gran sociedad. Ante ellos cantaba una melodía popular, «Qu’a vu Coco dans l’Trocadero?», por la que pasó a ser conocida por el sobrenombre de «Coco».

Sin duda, su vida no hubiera sido lo mismo de no haber conocido al empresario Arthur Capel, su amante durante casi diez años hasta la muerte de este en un accidente de coche en 1919. La vida romántica de Coco después de este golpe pasó a ser una sucesión de tragedias.

Pero Capel, o como lo conocían sus amigos, Boy, facilitó la aventura empresarial de la diseñadora. Con su ayuda empezó a diseñar sombreros, que compraba y decoraba a su gusto y que pronto se convirtieron en los accesorios obligados en cualquier carrera de caballos o evento de la alta sociedad francesa.

Gracias a él abrió su primera tienda en la rue Cambon de París, a la que siguieron otras en lugares del turismo de lujo: Deauville y Biarritz.

«Chanel es un personaje fabuloso, una chica que sale de la miseria, sin padres ni educación, pero que consigue hacer fortuna de su delgadez, su elegancia y su formidable inteligencia, una característica de la que no se habla mucho ahora», señala la escritora francesa Marie-Dominique Lelièvre, autora de varios libros sobre la modista.

Tras perder a Capel, en los años 20, permanece a la cabeza de las vanguardias, cerca de la aristocracia francesa, amante y amiga de artistas, como Pablo Picasso o Igor Stravinsky, el duque de Westminster o el gran duque Dimitri Pavlovich.

EMPRESARIA DE ÉXITO

En esos años, Chanel era una diseñadora consolidada. Con más de 300 empleados a su cargo, era una figura imprescindible de la escena parisina, donde la admiraban por la nueva silueta que proponía a su imagen y semejanza: su esbeltez, su pelo corto -fue una de las primeras en lucirlo-, la incorporación a su armario de prendas masculinas y la introducción de ropa deportiva confirmaron su éxito.

Para entrar en sus creaciones, las mujeres tenían que adelgazar. Ser delgada, como Coco, se convirtió también en una moda.

Su envidiable paso por la historia del siglo XX, quedó truncado por su antisemitismo, propio de las élites francesas en esa época, que la llevó a permanecer cerca de los nazis durante la ocupación de París. Un pasaje oscuro que fue explotado por sus competidores pero por el que nunca fue juzgada, lo que permitió que en 1954, a sus 71 años, reabriera su casa de costura apoyándose en el éxito comercial y económico de su mítico perfume, el Nº 5.

«Chanel es más una heroína americana que francesa. Las estadounidenses adoran su historia de éxito, la chica pobre que sale de la nada y se construye a sí misma, con grandes tragedias amorosas y esa facultad prodigiosa de recomenzar una nueva vida a los 70 años. Para las mujeres, a las que nos dicen que después de los 50 años no hay nada que hacer, es un ejemplo formidable», opina Lelièvre.

El traje recto de dos piezas en «tweed», compuesto por una chaqueta fluida larga y una falda que ocultaba las rodillas, es de hecho fruto de esa última etapa de su carrera, una contestación a la silueta rígida que impuso Christian Dior en los años de la posguerra.

Hoy, la «maison» que lleva su nombre sigue explotando todos los recovecos de su historia personal, a menudo misteriosa, y su apellido es una marca internacionalmente conocida gracias al éxito de sus perfumes y cosméticos.

Aunque controvertida, su vida y trabajo son un ejemplo de superación y éxito para muchas mujeres, y aunque apenas un puñado de personas pueda permitirse lucir sus trajes, hay que celebrar que la liberación del armario femenino es sin duda el mayor éxito de Gabrielle Chanel. EFE

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