NUEVA YORK.- Los grandes ventanales coronados con arcos de medio punto y las paredes revestidas de madera del comedor de la residencia John Jay, en la Universidad de Columbia de Nueva York, permiten imaginar cómo podía ser aquel comedor hace 90 años, cuando Federico García Lorca celebró aquí el 4 de marzo de 1930 su último almuerzo antes de abandonar la ciudad.
El escritor de «Poeta en Nueva York» llegó el 25 de junio de 1929 a los muelles de la ciudad que odió y admiró casi a partes iguales, «huyendo de varias crisis personales», como asegura a Efe el hispanista de la Universidad de Nueva York, James Fernández, y para estudiar inglés, sin mucho éxito, en un curso para extranjeros en la Universidad de Columbia.
«Mi cuarto de John Jay es admirable. Está situado en el piso 12 del Hall y veo todos los edificios de la universidad, el río Hudson y un lejano panorama de rascacielos blancos y rosados», escribía Lorca en una carta que recogen Daniel Castillo y Mónica Vacas en un «mapa literario» que editaron en 2017 y que resume de manera gráfica la estancia del artista en la ciudad.
No se permite visitar la habitación 1231 que ocupó en este Hall, ni tampoco el cuarto 617 en el edificio Furnald, donde también estuvo alojado, pero una placa conmemorativa colocada en noviembre de 1990, coincidiendo con el 50 aniversario de la publicación de «Poeta en Nueva York», recuerda su estancia en el campus.
«Federico García Lorca vivió en el John Jay Hall, donde escribió Poeta en Nueva York, entre junio de 1929 y marzo de 1930», dice la placa ubicada junto a un corcho con anuncios y una fuente donde los estudiantes cargan de agua sus termos.
Aunque no es totalmente cierto, ya que en enero de 1930 abandonaría la residencia universitaria y se alojaría en un apartamento, pero su vinculación con Columbia si que continuaría hasta el último día en Nueva York.
LAS HUELLAS DE LORCA EN LA UNIVERSIDAD DE COLUMBIA
Entre los edificios del histórico campus, todavía se conserva la base del reloj solar frente al que Lorca se fotografió entonces y en el que seguro leyó la inscripción en latín «Horam expecta veniet» (Espera la hora, vendrá).
«Os mando una foto muy bonita hecha en el reloj de la Universidad. Es una bola de pórfido prodigiosa. En ella se ve un paisaje de rascacielos, si os fijáis bien, y el sol», escribía a su familia
También sigue en pie el edificio de Filosofía, donde el 16 de agosto de 1929 asistió a una recepción en honor de la escritora Concha Espina y ofreció varias charlas sobre poesía. Incluso presentó una ponencia del torero Ignacio Sánchez Mejía, cuya muerte lloraría años después en cuatro elegías.
O el acogedor teatro de Casa Italiana, que se conserva en su mayor parte como hace noventa años, cuando el poeta granadino dirigió al piano un coro femenino que interpretó música tradicional española.
«¡Yo quisiera que vierais a las americanas cantar el vito! Algo colosal», aseguraba el poeta tras dirigir a los coros del Instituto de las Españas, el 7 de agosto de 1929.
EL NUEVA YORK DE LORCA
Y es que, cómo explica James Fernández, la época en la que Lorca vivió en Nueva York coincidió con un «boom sin precedentes por el español y el mundo de habla hispana», una época en la que numerosos literatos, artistas e intelectuales españoles hicieron escala en la ciudad, como Juan Ramón Jiménez, María de Maeztu, Vicente Blasco Ibáñez, Julio Camba, Joaquín Sorolla o Ignacio Zuloaga, entre otros.
Su itinerario por las calles de Nueva York, desde Harlem, que describió como «la ciudad negra más importante del mundo», hasta el «frío y cruel» Wall Street, donde «llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra y la muerte llega con él», se puede seguir en el mapa editado por Castillo y Vacas, y que, como explica Castillo a Efe, está elaborado sobre un plano turístico de 1930, comprado por 600 dólares en un anticuario de Nueva York.
Horrorizado por la «ausencia total de espíritu» del barrio financiero de la ciudad, cuya fatídica crisis de 1929 coincidió con la presencia de Lorca, se dejó, sin embargo, cautivar por los espectáculos de Broadway y «el ritmo de los inmensos letreros luminosos de Times Square».
«El espectáculo del Broadway de noche me cortó la respiración. Los inmensos rascacielos se visten de arriba a abajo de anuncios luminosos de colores que cambian y se transforman con un ritmo insospechado y estupendo, chorros de luces azules, verdes, amarillas, rojas, cambian y saltan hasta el cielo», aseguraba el poeta, asesinado en 1936 en su tierra natal por las tropas franquistas.
DE REGRESO A ESPAÑA
En una conferencia-recital pronunciada en Madrid el 16 de marzo de 1932 para presentar por primera vez los poemas inspirados en la ciudad de los rascacielos, Lorca aseguraba que «los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia».
«En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos se comprende aquella típica angustia vacía que hace perdonable, por evasión, hasta el crimen y el bandidaje», continuaba.
Pero más allá del ritmo frenético, de la falta de humanidad o de la denuncia de la esclavitud, tras abandonar Nueva York confesaba que se había separado de ella «con sentimiento y con admiración profunda» y que durante su estancia «había recibido la experiencia más útil de mi vida».
El 18 de junio de 1930, Lorca volvió a Nueva York proveniente de la Habana a bordo del buque Manuel Arnús. Pero su visado había caducado y no pudo pisar tierra, por lo que se tuvo que conformar con contemplar la ciudad desde el barco donde organizó un almuerzo con algunos de los amigos que se acercaron a saludarlo. Este miércoles hará por tanto 90 años del último día del poeta en Nueva York.
EFE
El último almuerzo de Federico García Lorca en Nueva York
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